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El andurrial de Espuma

Ciego en la vida

Ciego en la vida

Al abrir los ojos distinguió a varias personas que lo contemplaban desde los pies de la cama.

— Puedo ver —murmuró atónito para enseguida repetir con enorme regocijo— ¡Puedo ver! —dilucidando que aquel instante era único y trascendental.

Levantó el torso de la cama y sentado escudriñó a aquella gente que continuaba vigilándole en silencio.

—Puedo veros —insistió esperando que ellos se alborozaran de aquel prodigio, pero sólo sonreían.

A continuación posó su vista en la mujer de rostro dulce y marchito e inquirió.

— ¿Madre?

— Soy tu abuela Carmen —dijo la mujer mansamente.

— Y yo tu abuelo Tato —explicó el hombre de al lado.

— Tío Fermín —siguió diciendo el siguiente.

—Yo soy Diana, tu amiga —indicó una muchacha de mirada tímida.

— Y yo Félix, tu primo —señaló el último de la fila.

Estupefacto ante la revelación de aquel conjunto que seguía mirándole sonriente sólo pudo musitar.

—Pero… vosotros habéis fenecido hace mucho tiempo.

Ellos asintieron conformes.

Entonces entendió.

*Relato ganador del mes de marzo en Ficticia

  

Mucha salud, paz y felicidad

Mucha salud, paz y felicidad

Fui a “ALGOPARACONTAR”

pero me vine apenada

¡Qué no me ha dejado entrar

esa página malcriada!

Volví con talante mocho

pues quería desear

un radiante dos mil ocho,

mas no me debo apenar

pues aquí sí que derrocho

mis deseos de gritar.

 ¡¡¡Feliz año!!!  Sorprendido   Sin palabrasRiendoSonriente 

Feliz Navidad

Feliz Navidad

Ojalá que pudieran cumplirse todos los deseos buenos.

 

Os deseo mucha salud, mucha paz y bienestar y la mayor felicidad posible.

 

 

 

 

Cadenas

Cadenas

Un marido celoso y constante maltrato psíquico. Pensé que mi sino, por circunstancias, sería estar encadenada a ese hombre de por vida, creí que lo mejor era tratar de que esas cadenas no me apretaran demasiado descalabrando mi alma, por eso me acomodé a sus caprichos para que se enfadara lo menos posible. 

Un día, sin embargo, al regresar del trabajo, encontré a mi esposo con una mujer en la cama. Mi reacción fue tremenda; les insulté y mis gritos se debieron oír en todo el vecindario.

Me fui de casa; lloré durante mucho tiempo, posiblemente por el desengaño, porque el amor no existía desde hacia tiempo.

El despecho no me dejaba ver que era libre, que las cadenas se habían roto y tardé en percatarme de ello varios meses. Hoy aprendo a ser independiente, porque no es fácil serlo después de estar bajo el yugo durante años. Me siento feliz, satisfecha en mi temor de soledad. 

Estoy al corriente de que mi ex y esa mujer están juntos y sé que ella, desdichada, no tiene ni idea de que unas cadenas gruesas como el acero, están cercándola poco a poco.

Peligro

Peligro

¿Sabes que también se aprende

a dejar de amar?

Cuesta un poco porque el otro

tiene que colaborar.

 

Sólo hacen falta desprecios.

egoísmos, malos modos,

asperezas, desconfianzas,

gritos, desengaños, odios,

opresiones, exigencias,

indiferencias, desprecios,

amenazas, menguas, burlas,

ofensas e intolerancia.

 

¿Sabes que con esta mezcla

es fácil dejar de amar?

Cuesta un poco, es tremendo,

pero se puede lograr.

 

Espasmos y pasmos

Espasmos y pasmos

El silencio de la cámara se rompió cuando el rey, de forma atronadora, lanzó un estornudo — ¡Salud!— exclamaron al unísono los oficiosos asistentes. Sin embargo no pasó un minuto cuando llegó el segundo estornudo y luego el otro y el siguiente…hasta treinta y cinco veces. En cada uno de ellos los aduladores repetían — ¡Salud!

El monarca, extenuado, moqueaba y las babas impregnaban la pechera de su traje de gala; los pañuelos y cobas de sus acólitos eran inútiles. Casi no podía sostenerse en el asiento y a cada espasmo su cuerpo se sacudía amenazando con caerse del trono.   

Abrió el rey  la boca de nuevo y el auditorio esperó alerta con la solícita palabra de cortesía en la punta de la lengua. Pero el soberano, sin despedir exhalación alguna, cayó hacia delante y lo que se oyó fue el tremendo porrazo de su cuerpo contra el suelo, quedando boca abajo e inmóvil.

El silencio momentáneo fue interrumpido por los pasos apresurados del médico real que, después de examinar al caído, certificó con voz ronca.

—Está muerto.

El murmullo de la sala fue acrecentándose. Un parlamentario, con voz trémula, inquirió.

— ¿Paro cardiaco debido a una “estornuditis aguda”, diríamos?

—No —aseguró el galeno— golpe mortal en la cabeza. Lástima; su majestad, invariablemente, siempre estornudaba treinta y seis veces.

 

El triunfo de la muerta

El triunfo de la muerta

Doña Juliana Eulalia de Arencibia aguardaba desde hacía algún tiempo a la Muerte. De familia de abolengo vetusto y opulento, la habían educado para ser resistente a todos los reveses que le daría la vida, que no fueron pocos.

Ahora, a sus ochenta y tantos años y después de bregar sin descanso contra la Parca para que no se llevara a su hermano, enfermo de unas fiebres maléficas, a su hija de un parto difícil o a su nieto de un mal desconocido, y habiendo ganado siempre, entendía que llegaba su hora.

Sentada en la hamaca del porche la vio venir por fin.

—Has vuelto —dijo.

—Sí —contesto la Muerte—, esta vez te vienes conmigo.

Doña Juliana rió sarcástica.

—Claro, es mi hora, pero no lograste llevarte a los míos cuando lo intentaste; te vencí.

—Señora de Arencibia, no, tienes razón, no me los llevé a ellos, fue a ti, pero ni siquiera te percataste. Tú has muerto hace décadas pero sigues aquí, apegada a tu casa, viendo vivir a tu familia mientras tú sólo eres una sombra. Tienes que cruzar al otro mundo.

Y doña Juliana volvió a reír triunfante.

—Por supuesto que sé que estoy extinta, mis huesos ya están descarnados desde hace tiempo, pero tú no percibiste que yo lo sabía, por eso salvé a los míos. Sólo un muerto puede luchar con la Muerte —contestó y levantándose se compuso el vestido, dispuesta a hacer el viaje aplazado.

Cinéfila

Cinéfila

El séptimo arte y sus hechizos.

 

Se hallaba en una casa, enlucida, muy blanca. Un pianista tocaba una pieza monótona pero a pesar de lo molesta que era, cada vez que paraba ella exigía —Tócala otra vez.

Se acercó rodando, —porque iba en silla de ruedas— a la ventana, una ventana indiscreta por donde podía ver el servicio de la casa vecina, y vio a una joven que se duchaba mientras una vieja estrafalaria se dirigía hacía ella llevando un enorme cuchillo. Advirtió como la apuñalaba, oyó sus gritos desgarradores y vio la sangre salpicando las baldosas. El pianista, entretanto, había variado la música y ahora sonaba aterradora.

Pensó en llamar al detective Harry el Sucio, pero luego de meditarlo se dijo que ya era tarde para la chica; el sicótico travestido de vieja, ya la había matado.

De pronto le entró hambre, miró al pianista, el único ser que había en la habitación, y le expuso. —No he comido desde hace dos días. Él la miró, su rostro se había vuelto blanco y un minúsculo bigote le había brotado como por ensalmo. —Francamente querida, eso no me importa— le contestó impávido.  

 

Despertó temblando y empapada en sudor. –Juro por Dios que jamás volveré a ver, durante toda una noche, películas clásicas— se dijo solemnemente mirando a lo alto.

 

El remate acompasado de un fragmento de piano resonó en toda la casa. 


El ateo testarudo

El ateo testarudo

    Entonces… ¿Dios existe? —expuso Anselmo maravillado ante la grandeza del Cielo.

    Por supuesto, pero tú, aunque fuiste compasivo, no podrás entrar en el Reino Celestial por haber sido un incrédulo —contestó San Pedro entreabriendo un poco más la puerta para mostrarle más—; mira los ángeles, arcángeles y querubines.

    ¿Y Dios?—preguntó el ateo.

    Contempla los santos y mártires… —prosiguió el bendito.

    Sí, pero ¿dónde está Él?—inquirió el hombre

    ¿Ves a los bienaventurados?—dijo  el venerable.

    Los veo… pero ¿Y el Señor?—insistió el impío.

    Mira que eres pesado Anselmo. No puedes ver el rostro del Todopoderoso, sólo pueden verlo los elegidos. Regresarás a la tierra y vivirás otra vida; quizá tu alma halle la verdad y si sigues siendo bondadoso, cuando tu espíritu regrese, podrás entrar al Paraíso.

Debes irte para renacer en la tierra de nuevo. Ahora creerás en Jehová —dijo San Pedro santiguándolo.

    ¡Pero si no lo he visto! —resonó la distorsionada voz del impertinente mientras se desvanecía

 El bendito suspiró resignado al tiempo que cerraba la puerta.

 

Dilemas de última hora

Dilemas de última hora

Aquel millonario quedó totalmente persuadido la duodécima vez  que se lo oyó decir a don Fermín en uno de sus sermones del domingo: “en verdad os digo, queridos feligreses, que es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico en el Reino de los Cielos”.

Y resolvió donar toda su riqueza a los pobres, quedándose en la total indigencia.

Ocurrió entonces que, al convertirse en un menesteroso, su mujer lo abandonó y sus hijos desaparecieron como por ensalmo. Las amistades lo repudiaron y todo el mundo le cerró las puertas.

Solo y abandonado a su suerte, el mendigo pedía misericordia en la puerta de la iglesia a la que tantas veces asistió como opulento feligrés, comía en albergues y dormía en un banco del parque. 

Así subsistió, confiado en que su atroz sacrificio le valdría la gloria eterna.

Fue cuando su cuerpo, maltrecho y abatido, rehusó seguir viviendo, notando ya cercana su muerte, que miró receloso al cura que le velaba en su agonía, y acongojado dijo.

—Y ahora como para que no exista el Cielo, padre Fermín.

Tertulias maravillosas

Tertulias maravillosas

Hace algún tiempo le regalé a Celia un chal y ella, después de tocarlo mientras lo olía, me dijo— Es muy bonito, de color azul, como el cielo.

— ¿Cómo sabes que es de esa tonalidad? —le pregunté atónita.

— Bueno, ya sabes que los ciegos desarrollamos los otros sentidos —manifestó ella.

— Claro —exclamé—  pero, ¿puedes saber el color de las cosas con el tacto?

— No boba, —rió jovial— es con la nariz.

— ¿Oliendo? Vaya… ¿Y qué olor tiene el azul? ¿A cielo?— inquirí burlona.

— Pues sí querida prima;  el cielo huele a frescor, a céfiro, a rocío; a azul. Aquí en el pueblo es fácil olfatearlo.

—Vaya… —señalé alucinada— un día de estos tendré que oler el firmamento pero no sé cómo se hace.

—Sólo tienes que subir a un lugar alto, cerrar los ojos y concentrarte aguzando tu apéndice nasal, como si tú, entera, fueses nariz. —indicó afable— Lo que ocurre es que los ojos son faros que deslumbran a los demás sentidos, cuando se apagan, las otras percepciones se vuelven poderosas.

En la actualidad, que padezco esta ceguera legado familiar debido a la glucosa en sangre que padecemos algunos de nosotros, pienso de verdad que los colores exhalan olor; estoy aprendiendo a olerlos. Le comenté a Celia que la tarde pasada había olido el cielo pero me olió a plumas. Ella respondió muy seria: —Eso es sólo cuando pasa un ángel.

 

El Teide

El Teide

Elegido Patrimonio Natural de la Humanidad.

¿Veis que foto tan hermosa?

La sombra del Teide en la Gomera.

Esperemos que siga así de dormidito mucho tiempo.  

 

 

 

Amuletos verbales

Amuletos verbales

El alma, ese ser etéreo que ocupa los cuerpos, es caprichosa y escurridiza. No le gusta al alma estar encerrada, como el genio de la lámpara, y por eso, cuando la materia muere, emerge gozosa como un pajarillo a quien le abren la jaula, para deambular a su libre albedrío.

Puesto que el alma es independiente, el presidio en un cuerpo le resulta espantoso y aprovecha la menor ocasión para salir pitando, pero, si el organismo está vivo, sólo puede hacerlo con el estornudo. Es esta exhalación la llave para abrir la puerta y no es la gripe, ni el polen, ni el polvo lo que la provoca, como se cree; es el alma que cosquillea en esa frágil membrana que tenemos dentro de la nariz, con la esperanza de provocar el espasmo libertador.

Gracias a que tenemos la clave para que no huya como alma que lleva el diablo, —que a veces se la lleva aprovechando la ocasión.

Jamás dejes de pronunciar las palabras milagrosas cuando oigas retumbar un estornudo y más si es el tuyo: ¡Jesús! ¡Salud!

   

Me lo reveló mi abuela, palabra por palabra, que se lo había confiado la suya, tal cual.

   

Doble hídrico

Doble hídrico

La primera vez que Kirok, con apenas cinco años, se miró en las cristalinas aguas del lago, allá en su tribu de la recóndita y fascinante África, dio un alarido de espanto. Creyó que un niño yacía en las profundidades del lago.

 

Mamá Matuka, juiciosa y dulce, acudió presurosa a su lado y le calmó mostrándole su propio reflejo en el agua, — ¿ves? —le dijo— y él, aún más aturdido, sollozó manifestando —Es una mujer igual que tú que yace en las profundidades —y mamá Matuka le confirmó que era así y que toda las gentes de todas las tribus poseían un espíritu del agua que eran idénticos a ellos .—¿ Y qué hacen ahí?— preguntó Kirok desconcertado y mamá le aseguró, —son los espíritus que nos muestran los desaliños del cuerpo y del rostro— pero Kirok siguió sin entender, ¿para qué era preciso percibir sus desaliños?

 

Sin embargo cuando fue creciendo y llegó a la adolescencia no cesaba de ir a mirarse al lago cada día; Mikatuka, la hija del jefe, le agradaba, ¿le gustaría él a ella?

Observó su rostro en el lago, pintó un nuevo trazo rojo en su mejilla y dedujo que era muy apuesto.

Acicalado y satisfecho, se alejó del lago en busca de Mikatuka. Antes, agradeció al doble acuático su inestimable ayuda.

    

Décima: de viandas y otros menesteres

Décima: de viandas y otros menesteres

Permítanme compañeros,

ya que andamos con pitanzas,

aludir a mis pucheros;

sápidas son mis garbanzas,

exquisitos mis corderos,

sé cómo agradar las panzas,

mas de amores y sus fueros

nada sé; las alabanzas

me vienen por los calderos,

¿alguien me ofrece enseñanzas?

Escapes

Escapes

Maribel la contempló; estaba envejecida y demacrada. Después de tanto tiempo, por fin la volvía encontrar. ¿Qué podía decirle? En su corazón sólo quedaba desprecio, rabia...

 

—Hola—la saludó la mujer y se acercó para abrazarla.

 

—No —contestó Maribel— no... —y se apartó instintivamente.

 

—Sé que lo hice mal pero... yo os quería —se permitió decir.

 

— ¡Ja!, ¿Nos querías? ¡Y qué manera de demostrarlo! —rió sarcástica Maribel—¡Abandonándonos! Dime madre ¿no sientes siquiera vergüenza? ¡Nos dejaste a  Ramiro y a mí, a tus hijos! ¡Nos abandonaste! Entiendo que dejaras a papá pero a nosotros, ¡éramos sólo unos niños! ¡Te necesitábamos! 

 

La arrugada cara de la mujer se contrajo, haciéndose más sombría. Otra vez esa sensación de agobio la abrumaba, ¿por qué se empeñaba la gente en atosigarla?, esa era la razón de que siempre saliera huyendo... como aquel día de hacía veintitantos años y muchos otros de su existencia ¿Qué excusa había dado entonces para huir de las contrariedades?

 

—Ahora vuelvo... voy por cigarros —repitió de nuevo, como entonces, y se alejó de aquella muchacha inoportuna y sediciosa.

 

Sombras

Sombras

Don Fernando anda inclinando la cabeza, renqueante y absorto en sus pensamientos; como si ya la intolerancia no obrara emoción en él. 

Lo vemos alejarse despacio, dejando atrás ese halo de decrépita ancianidad, propia sólo de las personas que en su juventud fueron opresivos.

 

Juanjo no habla ni yo tampoco; a los dos se nos agolpan en la mente y en el corazón aquellos terribles días de nuestra infancia.

Vívidos acuden a mí los recuerdos, como saetas que nunca dejaran de acosarme.

  

—Es decir... —exclama Don Fernando, agitando de un lado a otro su temible rebenque— no te sabes la lección porque has tenido que ayudar a tu padre a cuidar las cabras.

 

—Sí — balbuceé con angustia.

 

No es tan escalofriante el látigo como sus ojos grises, tan crueles e implacables.

 

Siento sus azotes en mi cuerpo mientras trato de aguantar sin un gemido; para ello pienso en mi padre y le veo sonriéndome al tiempo que me revuelve el pelo.

 

—Miguel... —me dice padre satisfecho— gracias por tu ayuda.

 

Sonrío y este mohín es hiel para mi maestro; el rebenque fustiga más enérgico.

   

Hace tiempo que don Fernando ya no nos causa miedo sino desasosiego y una sensación de lobreguez asfixiante.

Rosas rojas para un amante póstumo.

Rosas rojas para un amante póstumo.

Cada vez que iba a visitar la tumba de su esposo, Claudina se abstraía mirando la foto, en blanco y negro, de Nicanor Lorente Arias, muerto a los 45 años, y colindante al nicho del marido

Era muy guapo; bien peinado, con un bigote recortado, un lunar en la mejilla, y aquella mirada apacible y seductora que trasmitía placidez y simpatía.

Claudina se sentía cada vez más atraída por el anónimo difunto, fallecido en 1.948, y tanto fervor iba acumulándose en su alma que, un día, decidió llevarle rosas, y luego otro día y otro.

Actualmente, Claudina acude al cementerio eufórica, con dos ramos de flores; las blancas, que simbolizan el decoro y la honestidad  y que deja con descuido, mientras susurra una desangelada oración, en la tumba de su cónyuge. Las rosas rojas, que representan la pasión, son para Nicanor, su amante secreto, con el que ha mantenido tantas oníricas noches de amor y frenesí y con el que ahora platica de sus más íntimas aspiraciones.

Alteración

Alteración

Seguí al gato largo trecho, a pesar de que los felinos detectan enseguida una presencia, esta vez logré despistarle.

 

Rodeé la casa y le salí de frente, el minino no se esperaba esta reacción y enseguida todos los pelos de su cuerpo se erizaron. Comenzó a maullar en señal de advertencia.

 

Pero yo me quedé allí, parada. El gato me observó fijamente y entonces ocurrió.

 

— ¿Eres tú?—me dijo temblándole la voz.

 

— Sí —murmuré apenas.

 

Se acercó hasta mí y se restregó contra mi cuerpo, maullaba sin parar, meloso. Yo le lamí la cabeza aunque mi condición es contraria a la suya y me repelía; el amor era más fuerte que la repulsa.

 

Ahora estamos juntos de nuevo. Él es Juan Pedro, mi esposo, muerto hace poco y convertido en un fantasma gatuno. Yo soy Eloísa, fallecida hace mucho y trocada en una perra fantasma.

  

-*Posdata desde el Más Allá, para todos los que lleguen a leerme: No discutáis sobre si existen los fantasmas o no. Existen. Ahora plantearos en qué fantasma os podéis convertir al morir. A mí me costó mucho asimilar esta vida perra. Mi Juan Pedro, todavía no se acostumbra del todo a mi presencia, de vez en cuando me saca las uñas.

 

Triángulo con rima: espadachín sin esgrima

Triángulo con rima: espadachín sin esgrima

— Sí tú dejaras de amarme podría hasta matarme; porque mi vida es tu amor, Leonor, mi flor, mi encanto. Me aguanto para no tomarte y besarte… y comerte ¡Cuánto te amo, mi suerte! —dijo Blas.

— Sin ti, ¿qué haría? ¡Tanto te quiero Lucía! El aire que respiro eres, diosa Ceres. Cuando te miro veo el cielo y no creo, caramelo, poder amar más intenso, ¡mi amor por ti es tan inmenso! ¡Eres mi vicio!... Perdonad, voy al servicio —indicó Blas con apuro. 

Y saltando cual canguro corrió al baño. ¡Qué daño! ¿Me habrá intoxicado el marisco? Ya me duele hasta el menisco.

— ¿Oíste, Leonor? ¡Es el mejor! Es un vate tan sensible… ¿crees que será posible que me ame como arguye? Tanta labia que le fluye me deja en babia ¡Es imponente!

— Impotente, niña mía ¿No ves, Lucía, que lo hace con intención? ¡Qué bribón! ¡Un poeta!  ¿No ves que tan sólo es treta? ¡No nos ha hecho el amor! Embaucador, no da abasto ya con ambas.

— Mujer, serían las gambas…

—Y ayer la mollera, dijo que era, y anteayer un achaque. Vaya jaque.

Entra de nuevo Blas y se acuesta entre las dos. Mas de pronto le entra tos.  Tose sin parar, cual si se fuera a asfixiar.

— Voy… a tener que… irme, mozas —dijo entrecortado— y levantando las posas vistióse en un periquete— me mata este catarro —y se fue como un cohete.

Leonor coge un cigarro— ¡varoniles mañas!—aulló con saña— ¿lo hacemos solas Lucía, igual que todos los días?