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El andurrial de Espuma

El gran chupador

El gran chupador

Nicolás no fue siempre un vampiro. Yo recuerdo cuando nació, era un niño regordete y carirredondo que chupaba con violencia de la teta de Rosario, su madre, un glotón morrocotudo que dejaba a su progenitora extenuada cada vez que mamaba. Nicolasín  sonreía siempre y sólo lloraba cuando quería mamar, enorme suplicio para Rosario.

Cuando creció se fue a tierras lejanas a buscarse un porvenir. Su madre moría de pena sin su hijo, pero entendió que tenía que irse; la comida escaseaba y Nicolás comía por tres y bebía por ocho; ella, con su potaje de coles y su leche de cabra, tenía de sobra.

Cuando al tiempo Nicolás regresó al pueblo parecía un conde; bien trajeado, con la piel blanca como la nieve, se ve que no había trabajado al sol, y subido en un vehículo de esos que valen mucho. Todos le miraban envidiosos cuando compró el castillo de los duques.

Pero al poco empezaron a aparecer mozas muertas, todas ellas con esos dos agujeros en el cuello que nos hicieron sospechar que un vampiro nos rondaba.

Supimos que era Nicolás por varias razones, pero el hecho que no daba lugar a dudas era que seguía chupando de forma desmedida; todas las muchachas aparecían más secas que el cuerpo de doña Gertrudis, la maestra, que cuando fue exhumada para enterrar al marido estaba entera pero reseca, igualita que el maniquí de madera de Juana, la modista.

 

Tatuaje lunar

Tatuaje lunar

En noche de luna llena te tiendes en un lugar despejado, desnudo de atuendos que pudieran esconder cualquier rincón de tu organismo, y dejas que los rayos del satélite recorran tu cuerpo, que besen tu piel y acaricien tu alma.

Dicen que, en muchos, la luna ha querido dejar su imagen señalada para siempre, como una dádiva que hace al hombre; son esos lunares perfectos y esféricos, que la mayoría de la gente posee. A veces, esos lunares no son plenamente redondos, sino que tienen formas desiguales; eso es debido a que, cuando el astro está perfilando su elíptica figura en la piel, la persona se agita.

Lo mejor es estar inmóvil, sereno y confiado, y dejar que la luna dibuje su efigie en nuestra epidermis, lo mismo que un maestro de grabados lo haría.

Por supuesto, no duele.

 

Persistencia

Persistencia

Una vez le conté a doña Federica treinta y tres estornudos seguidos. Y es que para esta mujer estornudar era un suplicio porque no podía parar. Sin embargo pienso que  tal martirio ha tenido su recompensa; tantas veces le han dicho ¡Salud! que ya va por los ciento seis años.

Con la letra E

Con la letra E

Expertos en la espesura

El estornino estiró el escote estornudando estridentemente. Ester, estupefacta, escribió expedita. “El Estornino estornudó, es evidente. Entonces, eso expresa el experto exhalado en los estorninos. Espasmo excelente, enorme en empuje, exento en excreciones, extraordinario” — ¡Eh, Esteban! —exclamó— ¡esto es estupendo! ¡El estornino estornuda!

— ¡Espera, estoy excretando!— explicó éste.

Embustero.

Esteban estaba escondido, estrujado entre enredaderas, esnifando estupefacientes. Estornudó, escandalizando el entorno. El estornino, espantado, escapó. Ester escupió, enfurruñada. —Escandaloso enredador entremetido —especuló enojada. Enseguida escribió.

— El empleado Esteban está expulsado; expele estornudos estrepitosos, estremeciendo el escenario experimental. El estornino “estornudador” escabullido.

Equilibrios

Equilibrios

Sueña que es un ermitaño y que se halla solo, meditando en la infinita serenidad del Sahara; se nota dichoso. Tal vez porque el eremita es feliz soñándose un águila que vuela pausado y venturoso sobre la inmensa quietud del desierto.

Tiempo de Navidad

Tiempo de Navidad

Apreciados amigos y lectores, son tiempos de paz y felicidad, y yo os deseo a todos mucho de ambas cosas.

¡Feliz Navidad!

Tango

Tango

Se entrelazan mis piernas en las tuyas y nuestros cuerpos se fusionan, excitados, vehementes; la cadencia voluptuosa de la música nos embruja. Danzamos apretados, siguiendo el ritmo sensual que nos maneja como a marionetas sin voluntad propia.

 

Tus manos son lazos de rojo satén que sujetan mi cintura; siento que estoy ardiendo... Mis senos, tórridos oteros, se aplastan en tu pecho y sé que te están quemando. La pasión incontrolable nos aprisiona y nada más en el mundo importa.

 

¡Pero si tú no me gustas, pero si yo no te agrado!

 

Suspiro y en un atisbo de juiciosa lucidez percibo qué está ocurriendo

—No te preocupes, cuando concluya este tango todo terminará –murmuro, trémula, en tu oído.

 

 

Prisas de hoy en día

Prisas de hoy en día

Me lancé dentro del autobús al salir del trabajo; tenía que pasar por el súper y comprar  algunas cosas, me dije.

En la caja, al ir a pagar, no encontré mi tarjeta y eso que vertí todo mi bolso, en el cual había cachivaches inverosímiles que no recordaba haber visto antes. La gente se impacientaba mientras yo recogía todo de nuevo casi al borde del paroxismo. Al fin hallé dinero y pude pagar la deuda a la cajera que ya me miraba fastidiada.

Agarré mi compra y corrí a la parada de autobús de nuevo; debía llegar a casa a tiempo de pasar unos apuntes, hacer la cena, planchar la ropa y, por supuesto, como hoy era un día de los menos ajetreados, darme un baño con esencia de lavanda.

El bus se me escapó, así que hube de esperar al siguiente. Cuando me vi sentada en su interior me relajé con un suspiro. Al llegar a mi estación, el conductor, despistado como un cangrejo, casi me derriba pues no esperó a que terminara de  bajar.

Con el susto en el cuerpo, me lancé calle abajo aferrando las bolsas. La prisa me llevaba casi a volar, pero como yo no tengo alas aunque nunca lo recuerde,  lo que hice fue dar un traspié y caerme de culo; el porrazo fue tremendo, pero no solté las bolsas. Mi marido, que salió de casa premioso como siempre, al verme me soltó.

— ¿Qué haces? ¿Por qué te has sentado en mitad de la calle?

—Pues ya ves, —le contesté impávida— es que estaba cansada.

 

 

Dedicado a Pitufina

Triángulo con rima: El resbalón del garzón

Triángulo con rima: El resbalón del garzón

Después de tamaña orgía, Tobías, se sintió como excremento; al momento fue al retrete, se desprendió del arete, regalo de tío Isidoro, y se metió al inodoro. Fue a tirar de la cisterna, mas fuera le quedó una pierna, así que con precaución se agarró por el talón y haciendo un acomodo se introdujo entero todo.

Pero la providencia es tornadiza en potencia como liza, pues se acordó de Florencia y al instante de Sofía, dos pimpollos sin meollos de la orgía; esto atajó su matraca de colarse hasta la cloaca. 

La silueta vaporosa de Florencia apareció hermosa; sonreía. Y de rebato Sofía, oliente, con el perfume de oriente que tan viril lo ponía. Los recuerdos le venían y con ellos la alegría; el deleite de sus tactos, las caricias y los actos con pericias escabrosas.

Con la cara maliciosa, Tobías salió del retrete, sonrió como un tolete, volvió a ponerse el arete, miró el espejo por verse y fue su fiel duplicado, su reflejo, quien le revivió el tinglado.

Tres pies, muchacho has contado al levantarte, sin haberte equivocado— ¿Tres pies por debajo del edredón? — Sí Tob, tres pies y un bastón —contestó su figura con premura.

Y con enorme cerote corrió a la alcoba. Un garrote de caoba asomaba del lecho, y de hecho, una zanca velluda de pie muy luengo. No cupo duda; era Pascual el rengo… y homosexual. 

Tobías Medina corrió a la letrina se metió en su zona interna y jaló de la cisterna.

 

 

 

La verdad está ahí fuera

La verdad está ahí fuera

Casi todos los días, una cinta blanca atraviesa por el cielo azul y se va extendiendo lenta e inexorable hasta desaparecer en el horizonte.

Tata Makit dice que es  el gran Parkú, el dios de la tormenta, que se entretiene desplegando los rayos que tiene guardados en el edén. No entendía yo entonces, por qué siempre que Parkú arroja sus relámpagos a la selva, a los ríos y a las montañas, éstos aparecen en zigzag y no rectos..

Tata explica que el dios sólo lo hace por entretenimiento y que más tarde, cuando se cansa, vuelve a doblar los rayos y los guarda en las nubes. 

 

Hoy he vuelto a ver la cinta expandiéndose por todo el firmamento; he aguardado paciente, porque quería ver a Parkú recogiéndola de nuevo.  

Esperé y esperé pero no vi al dios enrollando la centella; la tira se fue deshaciendo sola hasta desaparecer, como siempre. Lo que yo ya suponía.

 

No le he dicho a abuela que, en realidad, la cinta no es un rayo, sino un pájaro enorme y brillante que vuela, dejando la estela de su paso, a otros pueblos lejanos; posiblemente más avanzados que nosotros, los kimunis.

¿Para qué iba a revelárselo? No me creería.

Del verbo querer

Del verbo querer

No es que no quiera quererte

es que yo  no sé querer

pero lo  quiero aprender.

Queriéndome quiero verte

que queriendo estoy de hacer.

 Si tú quieres pretender

que quiera sin conocerte

queriendo estás un deber

que  no quiero conceder.

Quiéreme para entenderte;

te querré, lo has de saber,

mi querido  has de yacer. 

Me quisiste y… ¡tan fuerte!, 

me quieres, pues yo sé ver,

tú me querrás por mujer

y al mi querer concederte

queriéndonos hemos de arder

en la querencia y placer

que es quererme y yo quererte.

 

Querida, hasta la muerte,

quise, quiero y querré ser

 que así quiero yo querer.

¡Queramos tener la suerte!

 

 

 

 

 

 

 

Melancolía

Melancolía

Se quejaba el instrumento gimiendo las penas de su amo. Lloraba, y su lamento se ampliaba por las calles vacías y mojadas y por las ventanas se filtraba como fino polvo de aserrín. La gente, inquieta, percibía su sollozo y un estremecimiento, apenas perceptible, inundaba sus espíritus como presagiando algo, mas, no sabían qué.

Hasta que un día le encontraron en su casa, la guitarra callada y él exánime.

Nadie supo que funesto pájaro pudo anidar en el corazón de aquel hombre de mirada triste y pelo níveo.

Al paso del tiempo, alguien volvió a la casa y encontró la guitarra; yacía sobre una silla y estaba vieja y repleta de polvo. Cuando trató de asirla se deshizo, desintegrada por la carcoma, y el aserrín que de ella fluyó se fue esfumando raudamente por cada resquicio de la casa hasta no quedar nada.

Después, ya en las calles vacías y mojadas, surcó el aire como movido por un suspiro, - acaso el de su amo muerto-, y se introdujo por las ventanas de los hogares del barrio.

Llantos lastimeros y sollozos tristes se oyeron en todas las viviendas aquella noche y todos supieron que lloraban porque la soledad les había invadido el alma. Pero no entendieron por qué.

 

Ello

Ello

Escenario.

El lago estaba sereno, de los árboles, arrullados por Céfiro, colgaban frutos de oro bruñidos por Helios, rodeados de mariposas, los corzos y gacelas de Artemisa pacían y saltaban alborozados entre las flores irisadas de Perséfona.

Acción.

El apuesto muchacho se aproximó a las aguas y desnudándose se lanzó a ellas para aliviar el calor del largo viaje. No podía el joven imaginar que Salmácide, la ninfa del lago, prendada de su hermosura, lo arrastrara al fondo mientras pedía a los dioses que sus cuerpos de fusionaran para siempre. Como tampoco podía suponer, que siendo sus progenitores Hermes y Afrodita, hicieran caso a una simple ninfa y no a su hijo.

Leyenda.

Aún hoy, recorriendo el bosque de Halicarnaso, si uno pone atención, se puede oír el sollozo afligido de Hermafrodito por la pérdida de su virilidad así como el lamento pesaroso de Salmácide, por aquel estúpido arrebato que le vedó para siempre solazarse con el placer del sexo.

 

A la madre

A la madre

 

Suave recuerdo tu seno

con caricias de nirvana,

arrullo, arrumaco y nana

susurro plácido y bueno.

 

 

Penumbra en el aposento

y yo en tu pecho amoroso;

nada será tan grandioso

como fue sentir tu aliento.

 

Me acomodas dulcemente

y recompones mi abrigo

¡Qué gloria es estar contigo!

¡Qué dicha es sentir tu frente! 

  

 

Tibio y grato  tu regazo

 algodón almibarado,

ya mi miedo está pasado

acaso extinto en tu abrazo.

 

 

Tu voz del coco me avisa;

 “Duerme niña, que ahí llega

 y se lleva al que reniega

 de los sueños y la risa".

 

 

“Tú sueña, querubín mío

que tu madre te cobija

no llores, no gimas, hija

que va llegando el rocío...

 

 

Llegando está la alborada

y despierta el ruiseñor,

duerme, mi prenda, mi amor

sueña, mi niña mimada ”

 

Seno tierno hoy recupero,

y mi angustia  se diluye

cuando a mi memoria afluye

tu voz diciendo“te quiero”.

 

 

 

Tristeza

Tristeza

El alma también se enferma,

cuando la tristeza la contamina

y el desconsuelo la infecta;

El alma también duele

con un dolor punzante,

virulento y angustioso

y no hay doctor que lo alivie

ni medicina que lo cure.

 

El ahogado

El ahogado

Emergió al fin, después de  muchos días.

Apareció detrás de la ola pero sólo para ser de nuevo encubierto por la siguiente, no obstante volvió a surgir en el remanso y giró su cuerpo gracias a la sacudida de otra ola.

Extendido cuan largo era,  boca arriba, figuraba, atónito, observar el cielo. Los verduscos ojos, del color de las algas, desmesuradamente abiertos, la piel cetrina y arrugada y el cabello enredado.

 Alguien gritó algo refiriéndose a él; parecía la voz de un niño que chillaba, así que  aguardó esperanzado pero nada ocurrió. Las voces de los bañistas se fueron apagando, el inclemente sol dejó de quemar su piel y la noche cubrió el mar de oscuridad y el cielo de estrellas. Él seguía allí, flotando, surgiendo y hundiéndose a cada impulso del oleaje.

El nuevo día trajo la luz ardiente de nuevo pero no se sintió la algarabía de la gente en la playa; se hallaba en alta mar, lejos de la costa.

Hubiera gritado si hubiera podido pero su voz estaba apagada, igual que su cuerpo. Sólo podía dejarse llevar por las ondas procurando no ser de nuevo tragado por aquellas aguas que lo habían mantenido en las profundidades tanto tiempo. En la superficie, al menos, sería visible y la agradable sensación del aire le hacía bien, aunque ya no lo necesitase.  

Los días pasaron y nada diferente ocurrió, excepto los mordiscos de un algún pez que otro, la tempestad que casi lo lleva de nuevo a los abismos  y la refrescante lluvia que empapó su rostro.

 

Un día, casi como un milagro, unas voces primero y unos ganchos después, izaron su cuerpo del agua y, por fin, pudo descansar en seco, en la arena de otra playa.

—¡Cielo Santo! —oyó decir a alguien— sólo queda de él un brazo y la cabeza.

 

 

 

Retorno a la patria

Retorno a la patria

Tío Ovidio llegó de Australia después de treinta y dos años de ausencia y mi madre, excitada, preparó un banquete para recibirle.

—Garbanzos con oreja, mi especialidad —dijo gozosa.

—No, no puedo comer legumbres, me dan flatulencia —señaló el tío, apartando el plato.

—Vale, —expuso mamá algo decepcionada— no te preocupes. Te serviré chuletas de cerdo con papas.

—Lo siento; colesterol. La carne de cochino ni verla —objetó él.

—Vaya…—dijo mi madre contrariada— tenemos ternera.

—Qué va, el acido úrico lo tengo por las nubes; nada de chicha —negó tío Ovidio.

—Bueno, algo encontraremos que te vaya bien, entretanto toma, prueba el vino, es de tío Marcos; el mejor del país.

— No puedo tomar alcohol, es fatal para mi hígado; he padecido cirrosis. 

— ¿Pero qué te ha pasado en Australia, hermano? —preguntó mamá inquieta mientras mi hermana y yo reíamos por lo bajo— No puedes comer nada. Vale, no te agobies, traeré un trozo de pastel de fresas; lo hice yo misma.

—Pareciera que estoy haciéndolo adrede —apuntó el tío afligido— pero nada de azúcar; ya sabes, glucosa en sangre, elevadísima. Lo siento.

—Estoy muy abatida, Ovidio; vuelves a casa después de tanto tiempo y ni siquiera puedes comer como es debido.

—Regresé a casa para morir, hermana. Quizá es que ya comí demasiado —dijo él mostrando una sonrisa triste y cogiendo una fruta de la bandeja— fíjate, no voy a decir que no a esta manzana.

 

Juan Cuco avante, con su ayudante

Juan Cuco avante, con su ayudante

Juan Cuco, el detective más farruco de Valleoveja, lanzó una queja.

— ¿Quién limpió esto?—gritó molesto.

—Yo he sido, es que soy muy pulido, señor. Y daba mal olor.

— ¡¿Es qué no vio que era el arma del asesinato, Honorato?!

— ¿Ese gato?

— Sí, este minino… ¿de quién es este animal?

—De Pascual, el mayordomo… Mire, tiene erizado el lomo ¿Es ese felino el asesino?

—No, es el arma ¿Tendrán alarma? —preguntó Juan mirando en rededor.

—Está averiada, señor.

—¡¡Marramiaúo!! —dijo el gato con fiereza, y saltó con ligereza al suelo.

—¡Mire qué tieso el pelo! —gritó Honorato, turulato, mientras el bicho corría encrespado y arañaba, por capricho, todo el entarimado.

—Honorato, mi olfato dice que tenemos al asesino. Opino, muy cabal, que es Pascual.     

— ¿Cómo? ¿El mayordomo? Improbable.

— ¡Oooh!, hable, desembuche. Pero primero escuche: me dice que en la mansión sólo estaba Pascualón. Tenemos un difunto; un ladrón, barrunto. El gato, Honorato, que causó esos zarpazos, en la cara, en los brazos…y le sacó los ojos, con arrojos, es del tal Pascual. Él le lanzó el felino al manilargo y, después, al ver su desatino, se dijo, “me largo”.

—Bueno señor, no es mala componenda la suya pero, comprenda que arguya que eso es incoherente.

—Qué inteligente. Y dígame Honorato, ¿cuál es su dato? ¿Qué fue idea del gato?, ¿eh? elucídeme este laberinto.

—Señor, yo sólo sé que Pascual es el extinto.

 

 

¿Y la barca de la Parca?

¿Y la barca de la Parca?

Doña Angelines, cruel y desconsiderada, era el calvario de su familia. Testaruda mujer insufrible que prometió  que ni la mismísima muerte se la llevaría de este mundo.

La Casa de la Hiedra, así llamada por la frondosidad que cubre sus paredes, es lóbrega y hoy en día ningún ser viviente osa morar en ella, pero fue en sus tiempos un hermoso caserón dónde la familia subsistió con buen acomodo, —aunque desdichados por la iniquidad de la pérfida— y allí seguiría el clan si la Parca no se hubiera limitado a pararle el corazón a la arpía, sino que tendría que haber acabado su trabajo llevándola al Más Allá aunque fuera aferrándola por el cuello con la guadaña.

Doña Angelines sigue ahí, a pesar de que hoy hace cincuenta y tres años, seis meses y dos días que fue enterrada en el cementerio del pueblo, esperando que descansara en paz por fin y dejara descansar, que era lo primordial.  Su ya pelada osamenta se halla sepulta en el rincón derecho del camposanto pero ella sigue en La Casa de la Hiedra. No hay más que oír el estruendo que forma cada noche y sus baladros inconfundibles.

 

El grito

El grito

Después de la gloria y la popularidad en la que se sintió, no el rey de la selva sino el rey del mundo, Tarzán de los monos se vio relegado por la llegada de otros héroes más modernos.

Se percató de que era sólo un personaje cuando se quedó solo. Hasta Chita dejó de ser la mona  avispada y afectuosa y se volvió como él, triste y apática.

Fue entonces que discurrió que al menos se sentiría más vivo si pudiese lanzar su glorioso alarido, aquel grito salvaje que tenía el poder de quitarle el estrés que a veces, en los buenos y prolíficos tiempos, lo asfixiaba.

Con un esfuerzo sobrenatural logró meterse en la mente de su actor preferido, el que mejor lo remedaba, Johnny Weissmüller, el cual, ya viejo y achacoso y sin saber bien la razón, de pronto, se volvió a sentir un superhombre y aunque su cuerpo no obedecía a su bravura, su garganta gritó al mundo que, o bien Tarzán no había muerto o bien él se había vuelto loco.