Retorno a la patria
Tío Ovidio llegó de Australia después de treinta y dos años de ausencia y mi madre, excitada, preparó un banquete para recibirle.
—Garbanzos con oreja, mi especialidad —dijo gozosa.
—No, no puedo comer legumbres, me dan flatulencia —señaló el tío, apartando el plato.
—Vale, —expuso mamá algo decepcionada— no te preocupes. Te serviré chuletas de cerdo con papas.
—Lo siento; colesterol. La carne de cochino ni verla —objetó él.
—Vaya…—dijo mi madre contrariada— tenemos ternera.
—Qué va, el acido úrico lo tengo por las nubes; nada de chicha —negó tío Ovidio.
—Bueno, algo encontraremos que te vaya bien, entretanto toma, prueba el vino, es de tío Marcos; el mejor del país.
— No puedo tomar alcohol, es fatal para mi hígado; he padecido cirrosis.
— ¿Pero qué te ha pasado en Australia, hermano? —preguntó mamá inquieta mientras mi hermana y yo reíamos por lo bajo— No puedes comer nada. Vale, no te agobies, traeré un trozo de pastel de fresas; lo hice yo misma.
—Pareciera que estoy haciéndolo adrede —apuntó el tío afligido— pero nada de azúcar; ya sabes, glucosa en sangre, elevadísima. Lo siento.
—Estoy muy abatida, Ovidio; vuelves a casa después de tanto tiempo y ni siquiera puedes comer como es debido.
—Regresé a casa para morir, hermana. Quizá es que ya comí demasiado —dijo él mostrando una sonrisa triste y cogiendo una fruta de la bandeja— fíjate, no voy a decir que no a esta manzana.
3 comentarios
gladys -
nofret -
hasta sueño con comidas
Piedra -