Espasmos y pasmos
El silencio de la cámara se rompió cuando el rey, de forma atronadora, lanzó un estornudo — ¡Salud!— exclamaron al unísono los oficiosos asistentes. Sin embargo no pasó un minuto cuando llegó el segundo estornudo y luego el otro y el siguiente…hasta treinta y cinco veces. En cada uno de ellos los aduladores repetían — ¡Salud!
El monarca, extenuado, moqueaba y las babas impregnaban la pechera de su traje de gala; los pañuelos y cobas de sus acólitos eran inútiles. Casi no podía sostenerse en el asiento y a cada espasmo su cuerpo se sacudía amenazando con caerse del trono.
Abrió el rey la boca de nuevo y el auditorio esperó alerta con la solícita palabra de cortesía en la punta de la lengua. Pero el soberano, sin despedir exhalación alguna, cayó hacia delante y lo que se oyó fue el tremendo porrazo de su cuerpo contra el suelo, quedando boca abajo e inmóvil.
El silencio momentáneo fue interrumpido por los pasos apresurados del médico real que, después de examinar al caído, certificó con voz ronca.
—Está muerto.
El murmullo de la sala fue acrecentándose. Un parlamentario, con voz trémula, inquirió.
— ¿Paro cardiaco debido a una “estornuditis aguda”, diríamos?
—No —aseguró el galeno— golpe mortal en la cabeza. Lástima; su majestad, invariablemente, siempre estornudaba treinta y seis veces.
5 comentarios
Gore -
Excelente como todos. Un abrazo
Espuma -
yo os envío un fuerte abrazo.
:-)
NOFRET -
Muy original tu historia, espumosa! Ya estaba extrañando tus textos, me gusta mucho la forma en que narras.
piedra -
Gladys -