Sombras
Don Fernando anda inclinando la cabeza, renqueante y absorto en sus pensamientos; como si ya la intolerancia no obrara emoción en él.
Lo vemos alejarse despacio, dejando atrás ese halo de decrépita ancianidad, propia sólo de las personas que en su juventud fueron opresivos.
Juanjo no habla ni yo tampoco; a los dos se nos agolpan en la mente y en el corazón aquellos terribles días de nuestra infancia.
Vívidos acuden a mí los recuerdos, como saetas que nunca dejaran de acosarme.
—Es decir... —exclama Don Fernando, agitando de un lado a otro su temible rebenque— no te sabes la lección porque has tenido que ayudar a tu padre a cuidar las cabras.
—Sí — balbuceé con angustia.
No es tan escalofriante el látigo como sus ojos grises, tan crueles e implacables.
Siento sus azotes en mi cuerpo mientras trato de aguantar sin un gemido; para ello pienso en mi padre y le veo sonriéndome al tiempo que me revuelve el pelo.
—Miguel... —me dice padre satisfecho— gracias por tu ayuda.
Sonrío y este mohín es hiel para mi maestro; el rebenque fustiga más enérgico.
Hace tiempo que don Fernando ya no nos causa miedo sino desasosiego y una sensación de lobreguez asfixiante.
4 comentarios
Gore -
Gore -
NOFRET -
Disfruté mucho tu texto, Espuma!
Cerro -
Un abrazo.