Tertulias maravillosas
Hace algún tiempo le regalé a Celia un chal y ella, después de tocarlo mientras lo olía, me dijo— Es muy bonito, de color azul, como el cielo.
— ¿Cómo sabes que es de esa tonalidad? —le pregunté atónita.
— Bueno, ya sabes que los ciegos desarrollamos los otros sentidos —manifestó ella.
— Claro —exclamé— pero, ¿puedes saber el color de las cosas con el tacto?
— No boba, —rió jovial— es con la nariz.
— ¿Oliendo? Vaya… ¿Y qué olor tiene el azul? ¿A cielo?— inquirí burlona.
— Pues sí querida prima; el cielo huele a frescor, a céfiro, a rocío; a azul. Aquí en el pueblo es fácil olfatearlo.
—Vaya… —señalé alucinada— un día de estos tendré que oler el firmamento pero no sé cómo se hace.
—Sólo tienes que subir a un lugar alto, cerrar los ojos y concentrarte aguzando tu apéndice nasal, como si tú, entera, fueses nariz. —indicó afable— Lo que ocurre es que los ojos son faros que deslumbran a los demás sentidos, cuando se apagan, las otras percepciones se vuelven poderosas.
En la actualidad, que padezco esta ceguera legado familiar debido a la glucosa en sangre que padecemos algunos de nosotros, pienso de verdad que los colores exhalan olor; estoy aprendiendo a olerlos. Le comenté a Celia que la tarde pasada había olido el cielo pero me olió a plumas. Ella respondió muy seria: —Eso es sólo cuando pasa un ángel.
2 comentarios
Cerro -
Un besazo.
GLADYS -
Saludos,