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El andurrial de Espuma

¿Quieren saber el desenlace?

¿Quieren saber el desenlace?

Si alguien, de los pocos que vienen a visitarme, quieren saber cómo acaba la historia rimada de los amoríos de Don Juan y Gabino, pues nada más tienen que dejarme un comentario abajo, si no me dejan comentarios, imagino que a nadie interesará el desenlace de la historia rimada de estos pimpollos medievales.

¿Dejo las peripecias de estos dos semejantes sin terminar, ya que no interesa ni al gato,  o la acabo? 

Dudas... Indeciso 

 

 

 

 

Los ardores de don Juan (2ª parte)

Los ardores de don Juan   (2ª parte)

Gabino promulga airoso

que Don Juan será su amante,

candidato y demandante

de su cuerpo donairoso;

bucles de oro brillante,

boca grana, insinuante,

ojos de un verde precioso

como el mar perseverante,

talle de ánade elegante

como el cisne primoroso,

piel fina como el diamante,

nívea, clara y deslumbrante;

—¡Don Juan será venturoso!

Gabi enuncia rimbombante,

ideando que el lindante

notará que es hacendoso.

Se emperifolla tunante

con atuendo de volante,

de tul y encaje precioso,

gasas de grácil talante,

y plumaje extravagante

de algún pájaro curioso,

y se perfuma abundante,

con una esencia incitante

de flor de loto oloroso.

Luego lozano y flamante,

pródigo y exuberante,

con meneo lujurioso,

se dirige al colindante

anhelando estar delante

de su Don Juan valeroso.

 

Sigue...

Los ardores de don Juan (1ª parte)

Los ardores de don Juan  (1ª parte)

Allá en la ciudad de Trento

don Juan clamaba sin tino

quejando que su vecino,

aunque con barba y talento,

no era nada masculino.

Ll amábase éste, Gabino,

y su rostro era un evento

suave, nacarado y fino

como la flor del camino

o el pimpollo del sarmiento;

decía Don Juan, felino,

ora crespo, ora mohíno,

que su cercano y atento,

tenía, del ave, el trino,

melodioso y paulatino;

mas, su ira y descontento,

era porque el tal Gabino,

cual extasiado pollino,

le hacía lisonja lento

con talante femenino,

cual dama de alto tocino;

y le lanzaba con tiento

besos de miel, y el ladino,

le hablaba con desatino

de amor y enardecimiento

y de albures del destino,

enunciando que su sino,

su energía y su sustento,

era él , don Juan Merino,

gentil ,valiente y ...¡divino!

¡El gran hidalgo de Trento!

 

 

Sigue... 

Última carta a Clotilde

Última carta a Clotilde

Querida  amiga Clotilde:

Como cada mes, te escribo una carta y esta misiva, amiga mía, será la última que te redacto.

Ya sabes, apreciada compañera, que mi vida no ha sido lo que se dice un mar de alegrías, — ¡quién lo sabrá mejor que tú!—, y que escribirte me reconforta el ánimo; es por ello que lo he hecho muchos años.

Pero ahora todo ha cambiado y ya no necesito exponerte, nunca más, mis congojas. Te cuento.

Hace apenas dos semanas ha llegado al pueblo un hombre; su nombre es Luis.

Luis es amable, cariñoso y simpático. Ha venido a casa para pedir trabajo, —sabes que aquí, en la granja, el trabajo es mucho—, así que Jorge, mi esposo, le dio faena y no una labor cualquiera sino todas las más bajas, las peores. Limpiar los cobertizos y las pocilgas de los cerdos, asear a los caballos, arar el campo, traer leña, sembrar el grano..., no puede pararse un minuto pues es tanto el ajetreo que tiene que, únicamente por la noche, puede acomodarse en el porche a tomar un poco el fresco.

Sin embargo, Luis no se queja, al contrario, nunca se le ve fastidiado o irritable. Es pura gentileza, todo amabilidad.

El martes pasado Luis y yo nos encontramos en el soportal, —Jorge no estaba pues había ido a la ciudad a comprar cebada para la siembra y a vender dos mulas; no vendría en dos días—, Luis me invitó a sentarme con él y yo, deseándolo, hice caso a su requerimiento.

Hablamos. Hablamos tanto y de tantas cosas sensibles al alma que me enamoré como una loca de él. Dirás, ¿cómo es posible que una señora casada desde hace treinta años y con la elevada edad de cincuenta y seis años pueda enamorarse, así, a modo de una párvula, y además en una noche?


Tengo que contestarte que sí. Estoy cuerdamente enamorada, como jamás pensé estarlo. Nunca creí que existiera el amor, ese amor que todas soñamos en que la ilusión y la excitación por ver al ser amado es primordial, esencial, en que te sientes la reina del mundo y todo fluye alrededor de ese amor.

Queridísima Clotilde, me siento tan feliz, tan radiante, que no me importa nada de lo demás; no me importa Jorge, ni mi madre, ni mis suegros... no me interesa lo que dirá la gente. Por una vez en mi vida sólo importo yo. Porque soy yo la elegida, yo la amada y sobre todo YO, la que amo ¿Tienes idea de lo que eso significa?

No, casi nadie entendería la grandeza que tiene lo que te estoy contando, lo sé. Tanto yo como la mayoría de las mujeres que hemos amado —¿amado?— a nuestros hombres porque con ellos nos casamos, porque casarse era lo natural en aquellos tiempos y si un hombre, —que nos gustara un poco—, nos distinguía como esposa, nos sentíamos contentas. Ya era una satisfacción ¡Qué ilusas!

El amor es otra cosa; es como si alcanzaras el cielo con los labios. Como si no existiera la edad, ni la gente que te rodea, como si el tiempo no importara; sólo el hombre que quieres y una misma.

El tiempo. Ahora transpone ligero; me parece que no lo aprovecho todo, que se me va de las manos como el agua. Pero no importa; preferiría vivir un solo segundo de este tiempo que cien años del anterior. Así amo.

Así amo, querida Clotilde.

Me iré con Luis, lejos, muy lejos; los dos nos amamos inmensamente. Creo que es como si su alma y la mía hubiesen estado buscándose durante años, durante siglos quizá, encontrándose por fin, uniéndose, como se unen el cielo y el mar en el horizonte o... más intensamente aún, como cuando el óvulo y el espermatozoide se encuentran e, incapaces de resistir la magnificencia que significa originar una vida, se fusionan el uno en el otro; así se han fundido nuestras almas, para comenzar a existir, a descubrir la intensidad del amor.

Voy a vivir este amor al máximo. No me importa morir después, lo juro, no me importa.


Te manifiesto que ésta será mi última carta porque no quiero desperdiciar ni un minuto sin estar amando. Porque ya no te necesito. Mi pensamiento te evocará alguna vez amiga, tal como el consuelo que fuiste, de un lejano y marchito tiempo, pero mi corazón ahora tiene alas y corre en pos del amor. No puedo, ni quiero —por nada del mundo— sujetarlo.

Adiós compañera. Ahora puedo irme y olvidarte.

No siento pena por abandonarte.

Al fin y al cabo sólo eres una bruma de mi imaginación; la amiga cómplice e inventada que alivió el alma de una mujer triste y sola.

 

Pondré esta carta junto a las otras, ¡tantos años, tantas cartas!, y esta vez... esta vez, amiga mía, las quemaré por fin.

Adiós, para siempre, Clotilde.

 

Candelaria.

De insólitas reencarnaciones

De insólitas reencarnaciones

-“Avanzaba, bastante exhausto, por el desierto, el sol apretaba con saña y el calor era insufrible.

Mi propietario, un tuareg de mediana edad, estaba aún peor que yo, abatido y extenuado iba arrellanado sobre mí casi sin fuerza ni para mirar.

Sabía que debía alcanzar el oasis pero mi paso era cansino y mi mente torpe y sin el amo que dispusiera yo era incapaz de discernir.

De pronto y sin siquiera darme cuenta caí de rodillas sobre la arena ardiente y supe que nunca más me levantaría.

Mi amo cayó rodando por las dunas y cuando llegó al fondo ya no se movió.

Todo había terminado; ya no podría alzarme y correr por el desierto, ni podría bramar llamando a mi pareja. Ya mis iguales no volverían a retozar y corretear detrás de mí.

El calor era cada vez más opresivo, no puedo decir los grados porque yo entonces no tenía pensamiento inteligente.

Cerré los ojos, un instante después caí sobre la incandescente arena y mi vida concluyó.

Eso fue creo, hace unos mil años, siglo más, siglo menos, y era mi segunda reencarnación. En la primera fui un pingüino.

En la vida que te he descrito, como ya habrás averiguado, yo era un hermoso camello.

Creo que lo que me perjudicó es haber nacido en la reencarnación anterior en un país glacial y pasar luego a uno abrasador ¿no crees?”

Muuuuu!

-Me complace charlar con seres entendidos en la materia...

De labias y embelecos

De labias y embelecos

—¡Tengo filtros para enamorar y vasijas henchidas de céfiros de lejanas tierras que quitan las aflicciones del alma!  ¡Recipientes repletos de suspiros de sirenas que inflaman los corazones y  pedúnculos de duendes dorados que fortalecen los testes de los varones y complacen el entusiasmo de las féminas!
¡Elixires de juventud que devuelven el vigor a los ancianos y ungüentos de belleza, elaborados por las hadas del bosque prodigioso, que conceden la hermosura más sublime!
  Mientras el mercader vociferaba atrayendo a numerosa gente, una primorosa dama acompañada de dos sirvientes se acercó.

  — Mi mayor gratitud, mercader —dijo— porque gracias a vuestros brebajes yo he enamorado a mis cinco esposos y más  tarde, extintos ellos, he aplacado el dolor de la pérdida con los céfiros que vendéis, puesto que mi pena fue enorme. ¡Ellos  supieron hacerme tan feliz, gracias a vuestros pedúnculos de duendes!

 La dama suspiró con delicadeza y siguió.

 —Sabréis que mis casi sesenta años son livianos como los nublos, gracias a vuestro elixir y mi piel lozana, lo cual sé bien que es debido a esos ungüentos de hadas...

Sin dejarla concluir la arenga, la muchedumbre se arrojó al tendal y los caudales pasaron raudos de las bolsas de los parroquianos a la faltriquera del mercader, mientras sus mercancías desaparecían como por ensalmo.

Al oscurecer, en el bosque, un carromato con proclama de ventas, recogía a una bellaca disfrazada de dama que lanzaba improperios. 

Embrujo de luz

Embrujo de luz

A Mari Luz le encantaba ir al claro del bosque cuando había plenilunio. Allí se ocultaba tras la floresta  para observar a las ninfas que danzaban. Ellas, ajenas a su mirada, reían jubilosas mientras de las alturas caían serpentinas de plata y sus cuerpos, albos como la espuma, centelleaban hermosísimos.

La realidad es que no eran ninfas sino gacelas de pelo claro, no danzaban sino que hacían cabriolas y sus risas eran sólo balidos. Pero Mari Luz, con su extraordinaria imaginación, podía ver lo que deseaba y transformar en su ensueño la luz del  astro que serpenteaba entre las hojas de los árboles, por argentinas cintas que caían del cielo.  Únicamente necesitaba la magia de la luna llena.

Amanecer o esperanza

Amanecer o esperanza

Yo, que vivo entre realidades

de tiempos fieros y cruentos,

¿Cómo creer en querubes

de manos acogedoras,

de albinas alas y faz de sol?

Yo, que existo viendo maldades,

niños enfermos, famélicos, tristes...

¿Cómo creer en un cielo

henchido de rosas y risas,

cuajado de miel y de aurora?

Yo, que he contemplado barbaries,

guerras feroces de hombres locos,

sangre, injusticias y dolor,

¿Cómo creer en nirvanas 

plenas de paz, amor y hermandad?

Yo, que he consentido en silencio,

abusos, atropellos, atentados...

¿Cómo creer en otra vida

donde sólo hay felicidad,

calor, color y  complacencia?

 

Yo, no creo en nada,

incrédula soy, pagana, impía...

Mas ¿cómo no tener esperanza

si cada día sale el sol,

pían los pájaros y brotan las flores?

 

 

El caballero

El caballero

 Repudié a mi difunto marido que fue déspota e infiel, dejé su tumba a los mohos y las hierbas y elegí el panteón de don Leocadio Peláez de la Torre; adorado por su esposa, reverenciado por sus hijos, querido por sus cientos de amigos, bienquisto por sus escasos contrarios, y enaltecido por todos.

Pero su sepulcro estaba descuidado y casi destruido y yo no podía quedarme impasible ante tal atrocidad. Reparé la sepultura y la invadí de flores, recé por su alma aun suponiendo que Leocadio habría de estar en el Paraíso y conversé con él de mi triste existencia en vida de mi esposo.

En las tardes de estío llevo el libro de su biografía hasta el cementerio, me siento sobre la lápida y, emocionada ante su portentosa vida, leo en voz alta para que, si pudiera oírme, sepa que todavía se recuerda su extraordinaria humanidad.

No importa que hayan pasado cuatrocientos setenta y cuatro años.

Inspiración

Inspiración

Eleuterio es feo. Tiene una nariz larga y torcida, le faltan algunos dientes y posee orejas grandes y despegadas. La joroba que carga en su espalda, lo hace además grotesco, aunque quizá sea su mirada bizca lo peor de su anatomía, ya que parece que no te mira cuando le hablas, sino que sus ojos bamboleados van más allá de ti. Eleuterio camina torcido porque sus pequeñas y arqueadas piernas…”

— ¡Bueno, vale ya! ¿Cómo es que soy tan espantoso? ¡Ya estoy harto!

—Calla Eleuterio. Yo soy la escritora y te invento como me da la gana.

— ¡Pues no voy a permitirlo!   

— ¿Ah, no?

— ¡No!

 

Hum… “Eleuterio, además, de tener un físico terriblemente feo, es impertinente, difícil en el trato y…”

— ¿Impertinente? ¡Te aprovechas porque no puedo defenderme, si no ya verías!

“Sin embargo, lo peor de este engendro es que es un psicópata sin corazón; si pudiera sería capaz de matar… ”

— ¿De matar? No soy malo, no lo soy. Tú no podrás hacerme malo. ¡Traidora!

“Y no es sólo su fealdad, su impertinencia y su barbarie la que hace de Eleuterio un hombre terrible, es también díscolo y sedicioso…”

—Está bien, no me quejaré más… al menos, ¿tendré una mujer, una compañera?

“A Eleuterio le rehuyen las mujeres y esto acrecienta su odio, llegando a ser un violador en serie que…”

— Quiero morir, ¡mátame ya!

“Quizá a Eleuterio le habría gustado concluir su vida rápido, dado la aversión que causaba en este mundo cruel, pero no, el destino le tenía asegurada un larga existencia repleta de mortificaciones y tormentos”

 

Fin del capítulo número 852 de la cuarta novela  “La familia Melián” 

 

 

 

 

Segismunda gemebunda añora tiempos de otrora

Segismunda gemebunda añora  tiempos de otrora

¿Dónde estará Sisebuta?Llora

¿Y dónde la Cunegunda?Llora

Aunque la primera es brutaIndeciso

e insolente la segunda,Guiño

y me vuelven tuturuta,

y me ponen furibundaEnfadado

¡Verlas yo quiero en mi ruta!

con esa rima jocunda,

con esa gracia absoluta,Todo bien

con la candonga profunda

y con su sandunga astuta.

¿Dónde estará sor Ramona,Indeciso 

 la abadesa sin decoro?Beso

¿Dónde estará esa persona

que rimando era un tesoro?Dinero boca

descocada sí, y burlona,

¡Sin enaguas! ¡Uy, me azoro! Vergüenza

chichi la aire ¡uy, perdona! Sorprendido

¡Es que tanto las añoro! Triste

Cuando me pongo glotona,

cuando voy al inodoro,

si estoy mustia o estoy tristona,Llora

cuando veo un meteoro,

si el laxante no funciona, Sellado

si me enojo o me acaloro,

si el rexona me abandona, Triste

si oigo un pedo sonoro,Sorprendido

cuando yo estoy socarrona,Pie en la boca

si chismorreo o peroro,

cuando me pongo meonaTodo bien

¡Y si me río! ¡Y si lloro!Risa Llora

 

¡Dónde estarán mis poetas, Indeciso

cerriles,  desvergonzadas,

frescas, tontas, majaretas,Lengua fuera

pelmazas y deslenguadas!

¡Mis mostrencas alcahuetas,

os añoro,  so pesadas!Enfadado


 Llora

 Inocente Guiño

 

Adivina, adivina

Adivina, adivina

ADIVINANZAS CANARIAS que parecen lujuriosas pero son muy decorosas. Y si no las averiguas por ser una mal pensada y, alterada, te santiguas, verás debajo respuesta.  Al canario el desparpajo, la broma, risa y la fiesta.Lengua fuera

 

Una cuarta más o menos,
y más si pudiera ser
que se estira y que se encoge,
y le gusta a la mujerSorprendido
Eso que es, adivina, eso que es

Adivínalo, Adivínalo.

(Es el abanico) ¿Qué creías que era?Guiño

 

 

Las damas y damiselas,
señoras y señoritas,
se la meten estirada
la sacan encogidita,Vergüenza
Eso que es, adivina, eso que esSorprendido

Adivínalo, Adivínalo

(Es la media) ¿Qué pensaste picarona?Todo bien

 

Yo me monto sobre de ella
ella se me remenea,
yo me llevo todo el gusto
y a ella la leche le queda,VergüenzaSorprendido
Eso que es, adivina, eso que es


Adivínalo, adivínalo.

(Es la higuera) ¡uy! ¿y tú qué creías?Sonrisa

 

Toda la noche la pasa,
con el agujero abierto,
esperando que le metan
un cacho de carne dentro. Vergüenza
Eso que es, adivina, eso que es
Adivínalo, adívinalo. 


(Es el zapato) ¡mal pensada! Todo bien

 

El gusto, sabroso gusto,
el gusto de una mujer,
por una mujer el gusto
media carne sin coser. VergüenzaSorprendido
Eso que es, adivina, eso que es,
Adivínalo, adivínalo 



(Es el dedal) ¿a qué pensaste que era otra cosita?Risa

 

Beso 

El bucio

El bucio

 

 

En aquel pueblo, desde tiempos tan distantes que ni los más viejos recordaban, se soplaba una caracola cuando alguna mujer había sido infiel a su marido; algunos jóvenes pícaros se reunían en la noche y fracturaban el silencio con lamentos de bucio revelando así a la aldea entera que había una adultera.

Maribel escuchó el retumbo estando ya a punto de acostarse junto a Julio, su marido. Éste se alzó, apoyando los codos en la cama al oír el sonido, y sonrió  socarrón, tanteando quién sería el desafortunado cornudo.

Maribel no dijo nada, en un mar de dudas, se preguntó si Anselmo, su amante, estaría ya dormido y si lo despertaría el sonido de la acusación que vociferaba sus amores prohibidos.

Aunque… acaso ese bucio no silbaba por ella. Tal vez la gente ya se había enterado de las infidelidades de Dolores o de Milagros o de los amores ilícitos de Rosa... o de los de Julia o quizá de Ana, incluso podría ser por Jacinta o su prima Carmen.

 

Nota informativa: En los pueblos canarios, en los años 20, 30, 40 e incluso más adelante, cuando una mujer era infiel a su marido y se enteraban algunos de sus habitantes, enseguida se lo comunicaban entre ellos y los más jovenes solían, al atardecer o al amanecer, soplar una caracola, llamada bucio en Canarias, para alertar a la gente del pueblo de que había una adultera. 

Infidelidad

Infidelidad

Yo vivía tranquila, confiada, hasta que me lo confesó todo; me había sido infiel. Dijo que fue una aventura sin importancia y que tenía que  contármelo para quitarse de encima aquella angustia que lo envenenaba. Hoy soy yo la que no vivo, disimulo, pero no me fío de él y cuando va al trabajo lo imagino en brazos de una mujer,  si sale de casa creo de verdad que está con alguien y si se queda intuyo que está pensando en otra.  A él lo veo  contento… no hay derecho. Me adjudicó su pecado, su culpa la descargó sobre mí, y, vaciado de todo, se ha quedado tranquilo, y ahora soy yo la infeliz, la que no vive, pensando día y noche en su deslealtad, en lo que ocurrió y en si volverá a pasar.

Hubiese preferido que callara y sufriera él los remordimientos de su culpabilidad, no yo.  

Venturosa Navidad para todos

Venturosa Navidad para todos

Desearos a todos una radiante Navidad 2013, aunque ya pocos entren aquí, sé que este Andurrial lo tengo algo abandonado, es cierto, pero quién sabe si alguien lo lee, si es así, os deseo mucha alegría, mucha paz y tanta felicidad como esta vida pueda proporcionarnos. 

¡Feliz Navidad!

Flora, la perrita

Flora, la perrita

      No me queda más remedio que revelárselo, él no lo sabe, ni siquiera lo imagina, pero tiene que saberlo y es mi obligación hacérselo saber, aunque... ¿qué pasará luego?, tal vez decida echarme y le perderé, quizá me perdone y se quede conmigo, a lo mejor me echará una bronca morrocotuda luego me de un beso y todos contentos...no sé, ¿qué hago? ¿Se lo cuento?...mejor no, he decidido que “ojos que no ven corazón que no siente”. Así no sufrirá... ni yo tampoco.

Pero cuando él llegó a casa supo enseguida que había pasado, el mal olor inundaba toda la vivienda y no le cupo duda, así que se dirigió a ella y le gritó.

 —¡¡¿Has vuelto a hacerlo? ¿Dónde? ¿Te has creído que esto es un retrete?!!

Y siguió gritando y vociferando mucho tiempo, ella había corrido rápidamente a refugiarse debajo de la cama. Cuando al fin a él se le pasó el enfado limpió la inmundicia y fue a buscarla, ella temblaba de miedo pero él la acarició y le dijo suavemente.

—Que no vuelva a suceder, ¿eh?, que no vuelva a suceder Flora.

Y la perrita desde entonces supo que aunque los ojos no vean, la nariz sí husmea y el corazón siente, ¡no veas como siente! ¡guau! Los refranes son muy discutibles— se dijo abriendo la boca con fastidio mientras se echaba a los pies de su clemente dueño.

Santa indolencia

Santa indolencia

El día de Santa Indolencia se ha celebrado desde tiempos pretéritos, la gente impasible e indiferente deambulaba sin perturbarse por nada.

Un año, hacia mediados del siglo XVI, por el día de Santa Indolencia, un muchacho cayó desde un puente al río, la gente miraba impasible desde arriba .El distinguido señor Rodrigo Pelayo expuso algo disgustado — Si no hubiese sido el día de Santa Indolencia lo habríamos ayudado... —y quedó desfallecido por el esfuerzo de haber platicado tanto.

El muchacho intentó nadar pero no tuvo fuerzas para salir del río por si solo y pereció ahogado.

Las gentes, curiosas, observaron el fatal desenlace; desanimados y un poco tristes comentaron el suceso, luego lo más apresuradamente que sus piernas les permitieron, se alejaron del lugar y aún más rápido olvidaron el asunto.

En fin, Santa Indolencia es una celebración muy antigua, de épocas inmemoriales, pero con el transcurso del tiempo se festeja cada vez más a menudo y con más apogeo.

Vemos y oímos catástrofes, desgracias, barbaridades, desatinos... pero no hacemos nada, permanecemos indiferentes.

De vez en cuando alguien grita—¡¡Abajo Santa Indolencia!!—pero nada más.

Feliz Navidad 2.012

Feliz Navidad 2.012

 

 

Tal cual he puesto mi árbol de escualido, así estamos muchos españoles, desgraciadamente, tanto económicamente como moralmente.Indeciso

 

Aunque este año está fatal, os deseo a todos Feliz Navidad. ♥Inocente

 

 

 

 

 

Hogar, dulce hogar

Hogar, dulce hogar

Extasiados por la pasión inexperta y juvenil no dejaron resquicio a la cordura y sólo sus corazones fueron dueños y señores de sus almas y cuerpos.

Así, empezaron a edificar su nido de amor comenzando por el tejado; tejas de chocolate, paredes de nata azucarada y puertas de turrón.

A los primeros soplos de viento tormentoso, la casa de los enamorados se vino abajo.

Después de la terrible tempestad, cada cual regresó al sólido hogar de sus respectivos padres, desencantados y mohínos, sin volver la vista atrás y maldiciéndose uno al otro.

 

Algún día lo intentarán de nuevo, cada cual, tal vez, por su lado, pero entonces ya habrán aprendido algo fundamental; una casa siempre se ha de comenzar por los cimientos y construirse con férreos materiales, después, en su  interior, es donde hay que acomodar la dulzura.

 

El tiempo vuela... o se posa

El tiempo vuela... o se posa

 

—¡Vamos, vamos, se nos acaba el tiempo!
—¡Nos falta la caja fuerte de dentro!
—¡No, no hay tiempo!
—Pero ahí deben estar las joyas y...
—¿No me has oído?... ¡No hay tiempo!
—Carlos, estoy harto de que siempre seas tú el que dispongas lo que tenemos que hacer. No me voy a ir sin las joyas y si no te gusta te largas. Nazario, Lupe ¿os quedáis conmigo?
—Okay, cojamos las joyas.
—¿Y tú Lupe? ¿Qué dices?
—Me largo con Carlos, ya tenemos bastante en esta bolsa.
—¡Largaos entonces! ¡Fuera! ¡Pero la bolsa se queda aquí!
—El dinero que hay en ella es de todos, nosotros la llevaremos y cuando nos reunamos repartimos.
—Muy gracioso; si os lleváis el dinero no os vemos más. ¿Me crees un mentecato?
—Tomás, no me conoces. Crees que soy como tú, ¡se cree el ladrón que todos son de su condición! ¡Qué buen refrán... te viene al pelo!
—Carlos, te conozco, no te hagas el cándido. Si no recuerdo mal le soplaste a tu propio tío un cuadro de Dalí que él había robado con miles de dificultades ¿qué sobrino hace eso?
—Quién roba a un ladrón tiene cien años de perdón.
—Mira lo que dice la Lupita, ¡qué sandunguera! Pensáis llevaros
 mi parte porque soy un ladrón y encima os quedareis tranquilos, ¡dejaros ya de refranes, so memos!

—¡Escuchad!

—¿Qué?

—¡Sirenas de la policía!

—¡Vamos!

—¡Primero las joyas!

—¡No seas burro Tomás que te van a coger!

—¿Y qué te importa a ti Lupe? ¡Ya no me quieres!

—¡Animal! ¿Estás pensando ahora en amores?

—¡Cállate Carlos! ¡Metete en tus asuntos!

—Tranquilidad muchachos... hemos de irnos.

—Nazario, ¿quién te ha dado vela en este entierro?

—¡Callaos! ¿Oís las sirenas?..., ya no se oyen.

—¡Larguémonos! ¡Se nos acaba el tiempo! ¡La policía está aquí!

—¡Vamos! ¡Salid por esa puerta! ¡Rápido!

—¡Manos arriba! ¡Somos la policía¡ ¡Entréguense!

—¡Mierda!

—¡La culpa es tuya Tomás! ¡Badulaque! ¡Burro!

—¡Soltad las armas!

—No tenemos armas señor policía.

—Comisario, llámeme comisario ¿No tienen armas? ¿Cómo te llamas?

—Lupe.

—Lupe, ¿seguro que no tienen pistolas?

—No, señor comisario.

—¿Y navajas?

—No señor.

—¿Han venido a atracar una casa sin armas?

—Sí señor.

—Extraño, muy extraño.

—Somos buena gente.

—Y tú... el que habló, ¿cómo te llamas?

—Nazario, y éste es Tomás y ese Carlos...

—Bien, ya estáis todos bien ataditos.

—¡Estúpido!

—¡So penco!

—¡Calamidad!

—¡Pollino!

—¡Eh! ¿Qué os pasa?, tú eres Tomás y tú Carlos ¿no? ¿ Qué te ocurre Carlos? ¿Por qué os insultáis?

 —¡Este burro, que por su culpa nos ha cogido usted señor! ¡ Le dije que se nos acababa el tiempo!

— ¡Él es el incompetente! ¡Si hubiésemos cogido las joyas en vez de estar diciendo refranes y estupideces no se nos hubiera echado el tiempo encima!

—Se les acabó el tiempo, ¿eh?

—Sí señor, el tiempo es inexorable y va siempre apresurado...

—¿Apresurado?

— Sí señor comisario, éste que es bobo...

—No os preocupéis muchachos, les aseguro que van a sentir que el tiempo es derrochador con ustedes.

—¿Cómo?

—Ustedes denle tiempo al tiempo...

—¡La cárcel! ¡ Vamos a ir a la penitenciaria! ¡Nos van a meter en chirona!

—¿Y qué pensaban? ¿Qué íbamos a darles una medalla?

—Pero señor comisario, no hemos hecho daño a nadie, ni siquiera tenemos armas, ¿por robar unas monedas nos van a encarcelar?

—Nazario... Nazario eras tú ¿no?, dime... ¿robar es delito?

—Sí señor comisario, pero...

—Pues entonces no quiero oír una palabra más. ¡Vamos, que no
 tengo todo el tiempo del mundo!