Embrujo de luz
A Mari Luz le encantaba ir al claro del bosque cuando había plenilunio. Allí se ocultaba tras la floresta para observar a las ninfas que danzaban. Ellas, ajenas a su mirada, reían jubilosas mientras de las alturas caían serpentinas de plata y sus cuerpos, albos como la espuma, centelleaban hermosísimos.
La realidad es que no eran ninfas sino gacelas de pelo claro, no danzaban sino que hacían cabriolas y sus risas eran sólo balidos. Pero Mari Luz, con su extraordinaria imaginación, podía ver lo que deseaba y transformar en su ensueño la luz del astro que serpenteaba entre las hojas de los árboles, por argentinas cintas que caían del cielo. Únicamente necesitaba la magia de la luna llena.
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Juan Bartolomé -
Jina -
YO -