De labias y embelecos
—¡Tengo filtros para enamorar y vasijas henchidas de céfiros de lejanas tierras que quitan las aflicciones del alma! ¡Recipientes repletos de suspiros de sirenas que inflaman los corazones y pedúnculos de duendes dorados que fortalecen los testes de los varones y complacen el entusiasmo de las féminas!
¡Elixires de juventud que devuelven el vigor a los ancianos y ungüentos de belleza, elaborados por las hadas del bosque prodigioso, que conceden la hermosura más sublime!
Mientras el mercader vociferaba atrayendo a numerosa gente, una primorosa dama acompañada de dos sirvientes se acercó.
— Mi mayor gratitud, mercader —dijo— porque gracias a vuestros brebajes yo he enamorado a mis cinco esposos y más tarde, extintos ellos, he aplacado el dolor de la pérdida con los céfiros que vendéis, puesto que mi pena fue enorme. ¡Ellos supieron hacerme tan feliz, gracias a vuestros pedúnculos de duendes!
La dama suspiró con delicadeza y siguió.
—Sabréis que mis casi sesenta años son livianos como los nublos, gracias a vuestro elixir y mi piel lozana, lo cual sé bien que es debido a esos ungüentos de hadas...
Sin dejarla concluir la arenga, la muchedumbre se arrojó al tendal y los caudales pasaron raudos de las bolsas de los parroquianos a la faltriquera del mercader, mientras sus mercancías desaparecían como por ensalmo.
Al oscurecer, en el bosque, un carromato con proclama de ventas, recogía a una bellaca disfrazada de dama que lanzaba improperios.
1 comentario
Jina -