— ¡Don Pedro! ¡Ay, que desgracia tan grande, don Pedro! Pasó otra vez, pasó de nuevo... luego dicen que no pero nosotros, mi marido y yo, lo vimos con nuestros propios ojos.
— Corina... perdona pero ya te dije que yo no creo en almas en pena.
— ¡Ah, no! Eso sí que no, que no me diga usted que no. Anoche lo vimos otra vez, mi Fermín y yo, lo vimos, don Pedro, y le juro por las cenizas de mi padre, que era un ánima del purgatorio.
— ¿Qué visteis exactamente?
— La luz. Esa luz otra vez en el techo. Aparece a las doce de la noche y dura un rato. Mi Fermín y yo no paramos de rezar, porque esa ánima seguro que anda en pena y quiere que le recen. Ya fui a casa del señor cura, para encargarle una misa y...
—Tranquilízate mujer, vamos a hacer una cosa; esta noche duermo yo en tu casa. Quiero ver de una vez un ánima y si tú aseguras que...
— ¡Ay, por Dios y la Virgen! ¡Qué cosas tiene usted don Pedro! No me vacile usted que esto es cosa seria, cosa del otro mundo.
—Si yo no me burlo, que ya te digo que a mis cincuenta y cuatro años, aún no he visto ningún espíritu, y mira que los he buscado, pero nada...
—Pues esta noche, le aseguro que va ver uno, ¡se lo juro! Si viene usted a mi casa y se acuesta en mi cama, porque mi Fermín y yo nos vamos a quedar en casa de mi madre. Que estas cosas del Más Allá son cosas oscuras y yo no quiero saber nada, ¡ay, qué desgracia tan grande!
La noche cae y don Pedro, entre excitado y jubiloso, se dirige a casa de Corina. ¡Acaso esta noche vea por fin un ánima! ¡Anda que no había él buscado contemplar un fantasma o algo del otro mundo y nunca lo había logrado!
Sí, como aquella vez que iba caminando, una noche enlutada y fría cerca del cementerio, que por allí pasaba el camino que llevaba al pueblo. Caminando y silbando iba él, cuando de pronto un ruido — ¡ssshhh!—, le hizo parar en seco. El corazón le comenzó a latir con fuerza, no lo negaba, tan cerca del camposanto y en mitad de la noche...—¡ssshhhh!— ¡ Otra vez! ¿Alguien me está silbando? Había pensado inmediatamente que algún gracioso quería darle un susto, pero sin dejar de cavilar que un muerto le hacía señales.
¡Ssshhhh!
¿Otra vez? ¿Quién anda ahí?—había preguntado, algo nervioso...
¡Sssshhh!, —le habían contestado.
Observó el cementerio, oscuro, apenas visibles las sombras de los cipreses, y su vello se erizó espontáneamente. ¡Coño!— se dijo— es un espíritu que me está silbando. Tantas ganas le entraron de correr y alejarse de allí, por el pánico, como tantas ansias, su curiosidad morbosa, le insistía en averiguar que eran aquellos sonidos.
Y se acercó al camposanto, —¡Sssssshhh!—, parecía que el sonido era cada vez más nítido, más cercando —¡Sssssshhhh!—, sí, habría de ser un alma, atormentada por sus pecados... —¡Sssssshhhh!— Estaba cerca, muy cerca... ¡ Puñeta!, ¡Le había caído agua a la cara!, ¡Lo estaban mojando!
Y entonces supo que era aquel sssshhh...
¡ Sssshhhhh!—sonó otra vez— ¡ Jesús! ¡Era sólo una tubería de agua; el acople de una tubería que estaba un poco desencajada!
Don Pedro, estaba ya llegando a casa de Corina, mientras sonreía recordando el incidente de la dichosa tubería y su terror... en verdad, que nunca había podido comprobar que existían los espíritus, por ello, no creía en los espíritus.
— Entre, don Pedro, entre —le dijo doña Corina, semioculta detrás de la puerta. Mejor que nadie se enterara de todo aquel trastorno, preferible que la gente no andara metiendo sus narices.
— ¿Dónde está tu cuarto?
— ¡Ay, Don Pedro, es aquel del fondo! Yo no entro, mi Fermín está cenando, ahora viene.
— Bueno... pero me habéis de decir dónde sale esa luz. Ya van a ser las doce.
— ¡Fermín! ¡Ven acá que ya llegó don Pedro!
Ahí aparece Fermín, la cara pálida, el caminar vacilante.
— Pero, hombre, ¿cómo tienes tanto miedo?
— Don Pedro, le aseguro que ahí dentro hay un ánima.
—Bien... ya abro la puerta.
— ¡Cuidado!
— ¡Coño, me estáis asustando! ¿Dónde es que aparece la luz?
—Allí en el techo... espere un poco, ya la verá.
Minutos pasan que parecen siglos.
—Pues yo no veo nada.
—Espere, espere... ¡Mírela! ¡Mírela en el techo! ¡Ay, san Policarpo bendito, ampáranos! —aúlla Corina santiguándose.
¡Coño! Pues es verdad que hay una luz, mortecina y permanente... ¿qué...?
— ¡Ay, qué ánima atormentada será esa luz! ¿Qué quieres ánima bendita?, ¿Misas? ¿Rezos?
— Cállate Corina, que me estás poniendo nervioso...
El piso, la luz sale del piso... el piso es de tablas, que están ya muy viejas y con agujeros por aquí y por allá.
Don Pedro, tapa con su pie el agujero por donde sale la luz.
— ¿Veis ahora la luz? —comenta burlón.
— Ahora no... —balbucea Corina.
Don Pedro quita el pie y la luz se refleja de nuevo en el techo.
— ¿Y ahora?—pregunta.
— ¡Ahora sí! —grita la mujer mientras el marido, desencajado, no dice palabra.
— ¿Quién duerme abajo, Corina?
— ¿En el sótano?, mis chicos.
—Diles que apaguen el quinqué y ya no veréis al ánima esa... ¡coño!
Y don Pedro sale del cuarto; rabioso, defraudado ¡Otra vez fue sólo una ilusión! ¿Cuándo diantre iba él a ver un espíritu?
— ¡Si no existen los espíritus, carajo! —se recriminó enseguida, indignado ante su obstinación de aspirar a conocer algo imposible.
Fin
Nota: esta historia es real, se han cambiado algunos nombres para no molestar a ninguno de los protagonistas.
Este relato va dedicado a mis hermanas, que seguro recordarán cuando nuestro padre nos lo contaba, hace ya tantos años, y sin embargo parece tan cercano al mismo tiempo. Con esta historia quiero hacerlas sonreír, por aquellos tiempos de la infancia y juventud, que ahora nos parecen tan felices como inalcanzables, tan nostálgicos como placentero es recordarlo.
Un beso.
Dori