La dávida

Pedí a Orixá, la diosa del mar, que me concediera el don de la gnosis capaz de abrir mi clarividencia para percibir si Rubén me amaba, porque yo maliciaba en sus palabras embustes y falsedad.
A cambio le hice una ofrenda: en noche de plenilunio, a la tercera hora, atrapé en el Gran Lago Salobre, dos pequeñas sílfides de cuerpos rosáceos y verdes que se agitaban sin parar, y se las llevé dentro de una vasija con agua hasta el mar. Allí se las devolví a Orixá, su verdadera dueña, como dueña es de todos los seres que habitan el lago usurpador.
La deidad entonces, me proporcionó una caracola tornasolada: la encontré al amanecer de ese mismo día, a la salida del sol, en la negra arena, irradiando visos y reflejos de luz. Cuando la pongo en mi oído no escucho el ruido del mar pero tampoco las mentiras de mi amor, sólo un profundo silencio que me alegra el corazón: mi amado me es fiel.
2 comentarios
Espuma -
Piedra -
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