El preñado
Verle allí, echado en el sofá, con una camisola holgada de blonda, indolente, con aquel mohín apacible en la cara de dulce espera, mimoso y haciendo melindres a todas sus comidas, a todos sus olores, mientras se acariciaba el abultado vientre, la ponía de los nervios. Era ella la que tenía que estar embarazada y no su marido, pero el ginecólogo le había dicho. —Es más fácil que se quede encinta su esposo que usted, señora, porque usted carece de matriz, está usted yerma, castrada, y su cuerpo rechazará siempre un embrión; este trastorno que usted padece es único, que se sepa: implantaremos un óvulo a su cónyuge y esperemos que resulte; él está de acuerdo ¿y usted?
Pues no, ella no estaba de acuerdo, pero nunca creyó que esa fecundación funcionara, sin embargo, allí estaba él luciendo su preñez; apenas le quedaban tres semanas para parir a su retoño mientras ella, estéril y repleta de envidia, cumplía todos sus antojos, hasta el más mínimo, por el bien del bebé.
—Al menos aféitate esa barba de una semana—le señaló áspera. Por mucho que le doliera, aquello era lo único que discrepaba en su figura de futura mamá.
2 comentarios
nofret -
Un gusto venir a tu casita y ver que nos has dejado un cuento, lo tuyo siempre se lee con placer.
Piedra -
Envíame tu dirección para remitirtelo.
miguelbuenojimenez@gmail.com
Besos
Piedra