Dentro de mí
Iztaccihuatl era una hermosa doncella, hija de un emperador azteca, que se enamoró del humilde joven Popocatepetl. No siendo dicho romance del agrado del rey, éste envía al muchacho lejos e intenta desposar a su hija con un noble.
Iztaccihuatl, se niega y el padre miente, diciéndole que el muchacho ha fallecido. Ella, desolada ante la fatal noticia, muere de pena y en su ceremonia fúnebre aparece Popocatepelt, que desgarrado de dolor la acoge en sus brazos, llevándosela a las montañas.
Allí, el enamorado llora con tanta aflicción sobre el cuerpo de la muchacha que los dioses, compadecidos, cubrieron a los jóvenes con un manto de nieve.
Hace dos meses estuve contemplando dos montañas que se hallan muy juntas; realmente una de ellas parecía una mujer que yace tumbada. La otra no cesaba de echar humo por la cúspide; según la leyenda que acabo de narrar, se trata de Popocatepelt que suspira afligido, percibiendo a Iztaccihualt muerta a su lado.
Juraría que ayer, entre el humazo de su pico, vislumbré unas enormes plumas carmesíes y doradas, como si el guerrero alzara la cabeza penígera para gritar al mundo su dolor. Pero no me hagan mucho caso; sólo soy una vieja con muchas fantasías en la cabeza; posiblemente fue únicamente fuego lo que vi.
Mas... en ese caso, ¿qué es este quejido, penetrante, oculto y lastimero, que hurga en mi corazón desde entonces?
Iztaccihuatl, se niega y el padre miente, diciéndole que el muchacho ha fallecido. Ella, desolada ante la fatal noticia, muere de pena y en su ceremonia fúnebre aparece Popocatepelt, que desgarrado de dolor la acoge en sus brazos, llevándosela a las montañas.
Allí, el enamorado llora con tanta aflicción sobre el cuerpo de la muchacha que los dioses, compadecidos, cubrieron a los jóvenes con un manto de nieve.
Hace dos meses estuve contemplando dos montañas que se hallan muy juntas; realmente una de ellas parecía una mujer que yace tumbada. La otra no cesaba de echar humo por la cúspide; según la leyenda que acabo de narrar, se trata de Popocatepelt que suspira afligido, percibiendo a Iztaccihualt muerta a su lado.
Juraría que ayer, entre el humazo de su pico, vislumbré unas enormes plumas carmesíes y doradas, como si el guerrero alzara la cabeza penígera para gritar al mundo su dolor. Pero no me hagan mucho caso; sólo soy una vieja con muchas fantasías en la cabeza; posiblemente fue únicamente fuego lo que vi.
Mas... en ese caso, ¿qué es este quejido, penetrante, oculto y lastimero, que hurga en mi corazón desde entonces?
2 comentarios
Espuma -
muchas gracias, amiga.
white -