Arrebatos
Observaba a la muchacha, que ajena a él, recogía moras de un arbusto. Es muy bellapensó y sus ojos rebosaron placidez. ¿Por qué decían de ellos que eran perversos y ultrajadores?, él sólo notaba que profesaba por la delicada joven, ternura y agrado...
Escondido tras una roca, miraba a la chica; no pensaba para nada en mancillarla, no sentía lujuria, sólo deseaba mirar su hermosura virginal.
Algunos insectos impertinentes, no cesaban de picarle en las posas, pero él los espantaba lo más sigiloso que podía, moviendo la cola de un lado a otro incesante. No quería espantar a la bella.
De pronto, alguien tocó su hombro y el centauro casi da un grito del susto, mas vio que era Dionisio, dios del vino, que le saludó e invitó a beber.
Comenzó catando sólo unos tragos, mas el otro insistió y acabó tragándose seis odres, no tardando en embriagarse de tal manera que ya no sabía ni donde se hallaba.
Dionisio, entretanto, había marchado sonriendo irónico, en su carro.
El centauro, recordó a la muchacha y a pesar de hallarse tirado en el suelo, se levantó con gran esfuerzo y se asomó para verla. Y fue algo extraño lo que sintió con sólo ver sus nalgas orondas; un apetito carnal e incontrolable le llevó a arrojársele encima y ultrajarla brutalmente.
Más tarde, dormida ya la resaca, el centauro recordó lo sucedido y se consoló pensando que no había sido su naturaleza la causante del atropello; fue el vino, que trastoca los dulces talantes.
Escondido tras una roca, miraba a la chica; no pensaba para nada en mancillarla, no sentía lujuria, sólo deseaba mirar su hermosura virginal.
Algunos insectos impertinentes, no cesaban de picarle en las posas, pero él los espantaba lo más sigiloso que podía, moviendo la cola de un lado a otro incesante. No quería espantar a la bella.
De pronto, alguien tocó su hombro y el centauro casi da un grito del susto, mas vio que era Dionisio, dios del vino, que le saludó e invitó a beber.
Comenzó catando sólo unos tragos, mas el otro insistió y acabó tragándose seis odres, no tardando en embriagarse de tal manera que ya no sabía ni donde se hallaba.
Dionisio, entretanto, había marchado sonriendo irónico, en su carro.
El centauro, recordó a la muchacha y a pesar de hallarse tirado en el suelo, se levantó con gran esfuerzo y se asomó para verla. Y fue algo extraño lo que sintió con sólo ver sus nalgas orondas; un apetito carnal e incontrolable le llevó a arrojársele encima y ultrajarla brutalmente.
Más tarde, dormida ya la resaca, el centauro recordó lo sucedido y se consoló pensando que no había sido su naturaleza la causante del atropello; fue el vino, que trastoca los dulces talantes.
3 comentarios
Espuma -
un beso enorme para cada uno.
white -
Enhorabuena.
Goreño -