Memorias de la infancia
Doña Brígida andaba despacio, como si nunca tuviera prisa. Su sempiterno atuendo era un pañuelo atado tras la nuca y un delantal desteñido con bolsillos, donde iba metiendo todo aquello que tuviera algún interés para ella; papeles, un clavo, un trozo de cordón...
Doña Brígida, la ventera, estafaba al pueblo entero y lo hacía con una afabilidad embaucadora y una labia pasmosa, aunque nunca nos engatusó su sonrisa pícara. Pero no había ningún otro sitio donde comprar, y lo más importante; ella nos fiaba todos los suministros, para pagarlos cuando recogiésemos la cosecha de las papas, así que nos dejábamos estafar sin remedio, apretando los dientes y dejando que apuntase en el cuaderno de los fiados las compras diarias y un poquito más, o viendo cómo su báscula nos robaba 50 gramos de tocino o un puñado de guisantes.
La ventera se volvió rica y envió a sus hijos a estudiar lejos, como los del cacique o los del alcalde. Entretanto, los demás niños nos quedamos en el pueblo jugando a ser pilotos o médicos, devorando con ansia los escamoteados garbanzos con gorgojos de doña Brígida y suspirando por, sólo contemplar, los flamantes juguetes que los hijos privilegiados ostentaban con regodeo todos los veranos.
4 comentarios
Espuma -
un besazo para ti.
NOFRET -
Besos!
Espuma -
sí que las venteras de antes eran rateras, sí, conocí a varias muy sisadoras, je,je,je
gracias por venir, amigo.
abrazos.
Piedra -