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El andurrial de Espuma

Sombras

Sombras

Don Fernando anda inclinando la cabeza, renqueante y absorto en sus pensamientos; como si ya la intolerancia no obrara emoción en él. 

Lo vemos alejarse despacio, dejando atrás ese halo de decrépita ancianidad, propia sólo de las personas que en su juventud fueron opresivos.

 

Juanjo no habla ni yo tampoco; a los dos se nos agolpan en la mente y en el corazón aquellos terribles días de nuestra infancia.

Vívidos acuden a mí los recuerdos, como saetas que nunca dejaran de acosarme.

  

—Es decir... —exclama Don Fernando, agitando de un lado a otro su temible rebenque— no te sabes la lección porque has tenido que ayudar a tu padre a cuidar las cabras.

 

—Sí — balbuceé con angustia.

 

No es tan escalofriante el látigo como sus ojos grises, tan crueles e implacables.

 

Siento sus azotes en mi cuerpo mientras trato de aguantar sin un gemido; para ello pienso en mi padre y le veo sonriéndome al tiempo que me revuelve el pelo.

 

—Miguel... —me dice padre satisfecho— gracias por tu ayuda.

 

Sonrío y este mohín es hiel para mi maestro; el rebenque fustiga más enérgico.

   

Hace tiempo que don Fernando ya no nos causa miedo sino desasosiego y una sensación de lobreguez asfixiante.

4 comentarios

Gore -

Se me escapó, Espuma, gracias por tus letras. Un abrazo

Gore -

No sé quién tenía más razón, el padre o el maestro. De todas formas, los niños pagábamos el pato.

NOFRET -

"La letra con sangre entra" decían los don Fernandos, parece mentira que eso pasara hace tan poco tiempo. El Don Fernando del pueblo de mi abuela no tuvo tanta suerte, el puntero conque azotaba los dedos de los niños acabó partido al medio por las hordas bárbaras... (o uno de mis tíos Nicoletti) ;) Claro que al ser la única escuela del pueblo, hasta allí llegó la educación de mi tío.
Disfruté mucho tu texto, Espuma!

Cerro -

¡Qué imagen la del viejo profe, chiquilla! Creo que el título que has elegido es el ideal para este relato.

Un abrazo.